14 agosto, 2006

La Transmisión del Conocimiento para los Economistas - Econ. César Bedón Rocha


La formación profesional del Economista en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos privilegió, para mi promoción (1968-1974), la adquisición de destrezas para el análisis de la Economía en su conjunto sobre la realidad individual empresarial.

Se trataba de proporcionar un equilibrio entre el conocimiento teórico de la historia económica, sus escuelas e innovaciones y la relación práctica con los sistemas más novedosos de ese entonces, derivados de economías centralizadas, planificadas y dirigidas que parecían tener la llave mágica para abrir los caminos hacia un futuro promisorio, de superación de nuestra secular pobreza.

La experiencia de la revolución cubana, la resistencia del pueblo vietnamita, la experiencia fallida de Salvador Allende (cuyo nombre tomamos casi por asalto para identificar a nuestra Promoción) y el Gobierno Militar peruano con sus organizaciones de movilización social como el SINAMOS (Sistema Nacional de Movilización Social), y lemas como “campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza” fueron paradigmas que tornaban quizá romántica la dictadura del proletariado o el convencimiento que “el poder nace del fusil”.

Gavagnin (2003:28), dice que los paradigmas son modelos conceptuales que nos permiten identificar la realidad, recibir su información y orientar las acciones para resolver los problemas que ésta nos plantea. Y esa era nuestra realidad, o al menos así la concebíamos.

Los estudiantes de Economía estábamos convencidos que nos ubicábamos en la cúspide de la pirámide de las ciencias económicas, en cuya base y con igual importancia se colocaban la Contabilidad y la Administración de Empresas, a las que considerábamos meros instrumentos de los súper dotados economistas. Por un lado el apoyo que podíamos recibir de los estados financieros para describir la situación económico-financiera de una empresa y a partir de ahí plantear nuestros escenarios. Del otro lado una serie de conocimientos dirigidos más a diseñar organizaciones a la que conocíamos como Administración de Empresas, demasiado teórica para algunos y muy sencilla para otros – tan sencilla como que sólo se ocupaba de dibujar organigramas y redactar Manuales de Organización y Funciones.

Por eso nuestro plan de estudios apenas si incluía uno o dos cursos sobre la materia. El área de Marketing no se relacionaba tan cercana a la Administración y más bien la percibíamos como una interesante aplicación práctica de nuestros recién adquiridos conocimientos económicos. Constituía un necesario mix de conocimientos que sólo el Economista, como gran Director de Orquesta, podría dirigir con armonía. Las Finanzas por supuesto que considerábamos eran más campo de acción para los economistas que para los contadores.

Los economistas éramos principalmente teóricos y flojos para la matemática. La extracción popular de la mayoría de nosotros, hijos de obreros, empleados pobres u oficinistas y con trabajos no muy bien remunerados nos alejaba de la Administración, pues lo nuestro era más bien una ciencia social fascinante. Pocos ocupaban puestos en empresas privadas y los que lo hacían por supuesto que eran conocidos como “magnates” al interior de nuestro grupo.

Las economías planificadas, el aporte de CEPAL para la sustitución de importaciones o los lineamientos iniciales de las Naciones Unidas para formular proyectos eran temas que no podían aplicarse aún en nuestro país en el esquema de manejo político que hemos mencionado anteriormente. Para muchos entonces, el destino soñado luego de terminar la carrera, era integrarse a los equipos del Ministerio de Economía (Hacienda), o al INP (Instituto Nacional de Planificación) o al Instituto Nacional de Estadística en los que se sentían cómodos en la manera que podían seguir teorizando o simplemente levantando datos de la realidad nacional. Los más envidiados puestos eran aquellos que nos llevaran al INP a ver si por ahí llegábamos a formular una matriz insumo producto que llenara nuestras aspiraciones académicas.

Como señala Drucker (2000: 188), los obreros eran los proletarios de Marx, sin posición social, sin poder político, sin poder económico o adquisitivo. Para nuestra adquisición de conocimiento, los obreros eran sinónimo de cambio pues serían los agentes que desencadenarían las contradicciones. Ellos o sus representantes podrían introducirse en nuestros salones e interrumpir nuestras clases con sus reclamos de ser sobrexplotados y nos hacían poner los pies en la tierra sobre la realidad nacional. No estuvo nunca demás y más bien nos enorgullecía si tuviéramos mayor acercamiento con algunos sindicatos para asesorarlos en sus reivindicaciones salariales. Como vemos, la transmisión del conocimiento no estaba ajena a la vivencia de la gestión social.

Nonaka y Takeuchi (1999:36), indican que las sociedades occidentales promueven la realización del yo individual como la meta primordial de la vida. Nosotros éramos conscientes de esta afirmación aún en los 70´s y por eso, no creo que guiados intencionalmente si no con bastante espontaneidad, tratábamos de conocer cada vez más de las culturas china (con la enorme influencia de Mao), y asiática, así como deseábamos conocer cada vez más como grandes poblaciones y territorios habían podido pasar del feudalismo al socialismo. Nada más lejos de la individualización en nuestro aprendizaje en San Marcos sino más bien con una enorme dosis de compromiso social.
Nuestro aprendizaje se llegó a complementar a través de convenios internacionales con profesores húngaros marxistas a quienes veíamos mucho más adelantados que los nativos y además con la experiencia adquirida por su economía socialista. Y pensar que poco después, con el desmoronamiento de esta economía, Hungría tenía ya, probablemente, la economía más occidentalizada de toda la Europa Oriental, antes de su transición a la economía de mercado en 1990.

Alvin y Heidi Toffler (1996:88) apuestan a que para los marxistas lo material era siempre más importante que lo inmaterial y que la revolución de la informática nos enseña ahora que las cosas sean al revés. Es el conocimiento el que impulsa la economía y no al revés. Tremendo descubrimiento que en nuestra época universitaria quizá no hubiera sido aceptado por nadie, convencidos como estábamos que la infraestructura económica (material) condicionaba la súper estructura (inmaterial).
Hace poco leía un comentario de Richard Webb (2006), ex Presidente del Banco Central de Reserva del Perú, en el que manifestaba que cuando se “embarcó” en el estudio de la Economía le advirtieron que esa carrera no existía en el Perú y que aún hoy cuarenta años más tarde sigue siendo limitado el mercado de trabajo para el Economista. Agrega que si muchos consiguen empleo es porque su disciplina favorece el pensamiento lógico y empírico, aunque también porque los empleadores creen erróneamente que están contratando a un trabajador que sabe de gestión.

Rescatamos en este comentario muchos aspectos que tienen que ver con la transmisión del conocimiento a los economistas. Destacar el pensamiento lógico y empírico que se gana en la carrera como una competencia afín creo que es un común denominador para los que seguimos de cerca los vaivenes de nuestros colegas. Creo sin embargo como López y Leal (2000:170), que las empresas consideran que una persona (y porque no un Economista) es competente cuando es capaz de aplicar sus conocimientos en cualquier momento y no aquella que acumula más conocimiento, que no se limita a repetir lo que sabe sino que sabe innovarlo y además evoluciona en sus competencias y que finalmente no se limita a acumular conocimientos sino que sabe aprender nuevos y los sabe combinar con su experiencia profesional.
En este orden de cosas encuentro más bien, por lo contrario de Webb que los Economistas ocupan cada vez más posiciones de importancia en el mundo de los negocios. En la industria de hidrocarburos, por ejemplo, son Economistas los que ocupan las gerencias generales de las principales empresas latinoamericanas. No ha sido sin embargo tarea fácil llegar a esta situación puesto que la Administración estuvo más cerca del mundo individual empresarial que la Economía preocupada en lo social.

El éxito de los Economistas no se debe pues, según considero, a la transmisión del conocimiento recibida en los 70´s en nuestro país, pues ésta descuidó pasar de lo general a lo particular, de “aterrizar” en lo concreto y de regodearse en lo genérico. La búsqueda de una osmosis de conocimiento con los convenios de colaboración con universidades de la órbita socialista tampoco fueron un gran aporte, salvo para uno que otro teórico que aún no se actualiza.

Podemos imaginarnos la enorme frustración que puede haber sentido un colega que formado en la economía socialista centralizada y planificada vio de pronto caer el muro de Berlín (1989) y quedarse desprotegido con conocimientos desde ese entonces inútiles para comprender la evolución del mundo hacia la globalización. La autarquía utópica que se podía ver como posible en algunos Estados revolucionarios no podría ser nunca más un objetivo profesional del Economista.

Por su parte la Administración empezó a poner un mayor énfasis en las externalidades en las que los Economistas se creían únicos conocedores. Aportes de Michael Porter, Meter Drucker, Paul Krugman, Roberto Barro, José Stiglitz y otros lograron que conversen sobre temas antes exclusivos de los Economistas como responsabilidad social, gestión del futuro, planeamiento estratégico, megatendencias, etc.

Mientras que los Economistas que supieron recibir más que el conocimiento, las capacidades del pensamiento lógico y empírico encontraron que la particularidad empresarial no se convertía en una valla difícil de superar para quienes formados en los grandes agregados económicos recordaban sus orígenes en la economía doméstica y en la ciencia del sentido común. Entrenados como estaban, la conversión hacia la Administración no podía ser más que exitosa.
Si antes los paradigmas de los Economistas podían haber sido las figuras mundiales de grandes conductores de masas y sus ideologías y la referencia a los administradores se quedaba en Taylor y Fayol en sus aspectos meramente de aplicación productiva, el avance acelerado del mundo moderno, más acelerado que nunca, nos hizo ver con agrado a Kotler y acercarnos a las modernas teorías administrativas y del Marketing.

El avance del mundo ha contribuido a borrar la separación marcada que anteriormente segregaba a Economistas y Administradores. Esta es la moderna civilización del conocimiento en la que éstos no son ni pueden ser compartimientos estancos y en la que la forma de aprender ha cambiado drásticamente. Destaco en especial la enorme importancia que tiene el desarrollo de capacidades más que la acumulación de teoremas. Lo analítico sobre lo objetivo y la auto gestión sobre el conductivismo. Igualmente el convencimiento que debemos descartar la orientación exclusivamente macroeconómica de nuestros Economistas para interesarse e investigar en el fenómeno empresarial.

Característica esencial de los nuevos tiempos ha sido también el que nos convenzamos los Economistas que la inversión en conocimientos es necesaria para aumentar la capacidad productiva de los bienes de capital, del trabajo y de los recursos naturales. Decir hoy que las economías más avanzadas se basan en el conocimiento no es más que reconocer que el contenido y la estructura de las actividades económicas se diferencian de las predecesoras en la aplicación de los conocimientos.


Es por eso que una Maestría en Administración se convierte para los Economistas en toda una necesidad para cubrir desatenciones de la formación profesional. Y de la misma manera, el aporte de las capacidades desarrolladas en los Economistas puede dar a la Administración de Empresas un aporte del criterio económico igualmente necesario para encontrar respuestas imaginativas y de bajo costo para resolver los grandes problemas subsistentes de escasez y pobreza en nuestro país.



BIBLIOGRAFIA

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México: Oxford University Press, Inc.
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http://www.campus-oei.org/salactsi/steinmuller.pdf
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WEBB, Richard
2006 ¿Economía o administración? En El Comercio. Lima 8 de agosto del 2006






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